Del opio al paco: el silencio que también mata
En 1839, China intentó resistir el veneno con el que el Imperio Británico la mantenía sometida: el opio. Lin Zexu, alto funcionario imperial, ordenó quemar toneladas de esa sustancia que había convertido la dependencia en política colonial. El gesto fue simbólico, pero también práctico: quería frenar la descomposición moral y física de su pueblo.
Esa decisión desató una guerra. La Primera Guerra del Opio no fue solo un conflicto militar: fue una confrontación entre dos modelos de mundo. Uno sostenido por la lógica del poder comercial; otro que intentaba sostener algo del sentido vital de una sociedad en crisis.
Cada 26 de junio, cuando se conmemora el Día Internacional contra el Abuso y el Tráfico Ilícito de Drogas, conviene recordar ese episodio no como una reliquia histórica, sino como una advertencia vigente.
Porque las drogas siguen siendo hoy una forma de sometimiento. Pero esta vez, el imperio es difuso, y el veneno ya no entra por los puertos, sino por el abandono, la desesperanza y el vacío emocional de sociedades enteras.
La guerra actual no tiene bandera
Hoy, más de 292 millones de personas consumen sustancias ilícitas en todo el mundo. No es solo un dato: es un síntoma. Las cifras crecen, pero lo que más preocupa es lo que revelan:
– Que el consumo de opioides sintéticos como el fentanilo está generando epidemias de sobredosis.
– Que el cannabis se ha naturalizado sin que se comprenda su impacto a largo plazo.
– Que la cocaína y las metanfetaminas circulan por redes criminales que financian estructuras de poder paralelo.
Y, sobre todo, que buena parte del consumo no es recreativo ni lúdico: es un intento desesperado por calmar algo que la cultura actual no sabe escuchar.
La versión argentina de la guerra silenciosa
En nuestro país, la escena es conocida pero sigue ignorada. El paco arrasa con jóvenes de barrios marginales que nunca fueron incluidos. El sistema de salud responde tarde, con pocos recursos, muchas veces con prejuicio y desinformación.
El discurso dominante oscila entre la criminalización y el sentimentalismo. Pero ambos extremos se parecen en lo esencial: dejan al sujeto fuera de la escena.
Y mientras tanto, los narcos ocupan el lugar del Estado. Regulan, castigan, ofrecen trabajo, dan sentido. Incluso si ese sentido está contaminado de muerte.
¿Qué nos dice hoy el 26 de junio?
Este año, la ONU insiste en un mensaje:
“Invertir en prevención. Romper el ciclo. Detener al crimen organizado.”
Pero para que ese mensaje tenga fuerza, hay que asumir algo incómodo: no hay prevención posible sin comprensión profunda del dolor que empuja al consumo.
No basta con campañas escolares ni con nuevas leyes. Hace falta otra cosa: una transformación cultural.
Reconocer que la anestesia química es muchas veces la respuesta a una sociedad emocionalmente analfabeta.
Y que criminalizar al adicto es, en el fondo, negar nuestra propia responsabilidad colectiva.
¿Qué nos queda?
Nos queda hablar.
Nos queda escuchar.
Nos queda dejar de repetir slogans y empezar a construir narrativas nuevas.
Porque si la guerra del opio del siglo XIX fue una lucha por la soberanía de un pueblo, la guerra contra las drogas del siglo XXI es, en esencia, una batalla por el sentido de vivir.
Y no se gana con represión, ni con discursos vacíos. Se gana cuando alguien que está al borde encuentra a otro que lo ve.
Para profundizar:
– World Drug Report 2024 – UNODC
– Campaña ONU 2025 – Día Internacional:
– Observatorio Argentino de Drogas – SEDRONAR:
Versión en inglés