El delicado arte de abusar de la debilidad
Hay palabras que golpean como puños, y otras que se deslizan suavemente hasta instalarse en lo más íntimo. Abuso de la debilidad pertenece a este segundo grupo: no grita, pero desarma. Nos obliga a mirar allí donde la violencia no deja moretones ni huesos rotos, sino grietas invisibles en la confianza y en el alma.
Marie-France Hirigoyen, psiquiatra y psicoanalista francesa, fue quien dio nombre y espesor a esta forma de violencia. Pero cualquiera que haya sentido cómo alguien convierte su fragilidad en una trampa, sabe de qué se trata. No es teoría: es experiencia.
El instante vulnerable
Todos atravesamos momentos de flaqueza: la enfermedad que nos debilita, el duelo que nos quiebra, la soledad que nos vacía, la edad que avanza y nos roba certezas. En esos instantes deberíamos hallar amparo. Sin embargo, hay quienes encuentran allí su oportunidad.
El abusador detecta la grieta como un cazador olfatea la presa. No necesita la fuerza: le basta con insinuar, convencer, seducir, confundir. Se acerca como aliado y se queda como carcelero.
“Lo más difícil es perderse a uno mismo; lo más fácil es engañarse.”
— Søren Kierkegaard
El hilo de seda que aprieta
Lo más inquietante del abuso de la debilidad es su forma casi invisible. No se impone de golpe, sino como un hilo de seda que rodea el cuello: al principio parece ligero, incluso agradable. Luego, cuando se advierte la presión, ya es demasiado tarde.
La víctima duda: “¿Será que exagero? ¿Será que me equivoco?” El abusador alimenta esa duda con destreza. No golpea: desarma la certeza interna.
“El peor enemigo es el que se instala en nuestro interior.”
— Hannah Arendt
Escenas que todos reconocemos
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El anciano que firma un papel convencido de que ayuda a su familia y descubre, tarde, que lo han despojado.
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La mujer que cree recibir amor y se encuentra sometida a un control que la aísla del mundo.
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El joven que busca pertenecer y termina cediendo su voluntad a quien lo manipula con promesas.
No son historias ajenas: son escenas que atraviesan sociedades enteras, aunque solemos silenciarlas.
“El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos.”
— Simone de Beauvoir
Una violencia sin sangre
Pierre Bourdieu habló de violencia simbólica; Hannah Arendt, de la banalidad del mal. El abuso de la debilidad se sitúa en esa misma zona gris: una violencia sin sangre que, sin embargo, puede devastar más que un golpe.
La herida no se ve, pero corroe. La víctima se siente responsable de su propio sometimiento. Ese es el triunfo último del abusador: lograr que la culpa se instale en el otro.
“Vivir es ser explotado. Y, sin embargo, hay quienes explotan hasta la última gota del alma.”
— Fernando Pessoa
La palabra como liberación
Nombrar es un acto de resistencia. Decir “abuso de la debilidad” es arrancar la máscara a lo que de otro modo quedaría disfrazado de amor, cuidado o generosidad.
Pero nombrar no basta. Hace falta una sociedad que reconozca la fragilidad no como defecto, sino como dimensión esencial de lo humano. Ser débil, a veces, es inevitable; abusar de esa debilidad, en cambio, es una elección moralmente oscura.
“La verdadera fuerza del hombre es aceptar su fragilidad.”
— Rainer Maria Rilke