Comparto la nota de hoy en @laprensaAr
Hace ya al menos tres meses que nos encontramos viviendo y aprendiendo una nueva dialéctica la de una enfermedad y sus consecuencias. Un escenario nuevo, que generó una narrativa excluyente. Ante la inminencia del cataclismo, el resto de la vida quedó suspendida, pero nos dicen, y entendimos en principio por una razón excluyente, que nuestra existencia está en riesgo. No hemos podido opinar, pero se nos ha indicado que nuestra vida estaba quizás como nunca, seguramente dada las medidas tomadas, en riesgo.
Especialistas nos dicen esto, sin embargo, el tiempo de la alarma, necesariamente breve, fue superado y algunos conceptos solo parecen prisiones pequeñas del pensamiento, ropas usadas que necesitan ser al menos renovadas so pena de ser inservibles y quizás peligrosas. En realidad, entre los muchos cambios de paradigma casi contradictorio de especialista universitario, es uno de los que ya parece estar extinto y, paradójicamente, por mucho que creamos que un conocimiento es algo nuevo, en realidad siempre es simplemente advertir algo que estaba allí, delante nuestro, develar algo existente, y la realidad en constante mutación obligaría a no solo contenidos sino formas diferentes de intentar entenderla.
La mayéutica en los griegos era un método que imaginaba eso y construía con el otro y esencialmente con la realidad, no los juicios apriorísticos, el concepto, y de allí los progresivos módulos de ese conocimiento, generando la maravilla casi infantil, nueva, de descubrir, de develar.
En estos días, nuestra mente ha estado pendiente no solo de una situación, sino que podríamos imaginar que de las palabras que han marcado la agenda, a las de poco uso como cuarentena, pandemia, han aparecido algunas nuevas o de muy escaso uso, en su mayoría técnicas. Sin embargo, moldearon el ideario colectivo, el imaginario, generando un estado de alerta cuando no de temor.
En la lengua española el diccionario de la RAE tiene 88.000 palabras y algunos afirman que un buen uso llega solo a 5.000, aunque el habitante común usa solo 500. Se supone que Cervantes usó 8.000 y un escritor medio unas 3.000. Imaginarlo como un territorio, quizás dé idea de lo inexplorado, en el mundo de las ideas la «terra ignota» es mayor.
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