Según cifras del Ministerio de Salud de la Nación, en los últimos doce años se quitaron la vida 26.940 personas; 21.331 fueron varones; especialistas explican las razones de esta tendencia histórica y mundial
n los últimos doce años se suicidaron 26.940 personas en la Argentina; 21.331 fueron varones. Según estos datos del Ministerio de Salud de la Nación, se quitan la vida cuatro veces más hombres que mujeres. Esta es una tendencia mundial que se replica en el país. ¿Qué condicionantes tienen unos y otros? ¿Qué temas desesperan a varones y cuáles, a las mujeres?
El psiquiatra y psicoterapeuta Enrique De Rosa considera que el suicidio es «una patología de género» por el impacto predominante en los hombres. Explica por qué ocurre. «Los hombres presentan una tendencia al comportamiento motor más que a la respuesta emocional», señala. Es lo que clínicamente definen como acting físico. «Entonces la descarga motora frente a la frustración se produce como violencia a otro o a sí mismo». De allí que el especialista defina al suicidio como una violencia autodirigida.
«A diferencia del varón, la mujer tiende a canalizar las frustraciones introspectivamente», contrasta. Y se explaya: «Las modalidades depresivas en el hombre son diferentes de las de la mujer. Una mujer depresiva puede tener una parálisis de todo tipo -cognitiva y comportamental- y estar tirada en su cama; y el hombre, una tendencia posiblemente más a sentirse desesperado».
Según las cifras de Salud, el suicidio está entre las 15 principales causas de muerte en la Argentina. En los últimos doce años murieron 3.205.039 personas por diferentes razones (lideran el ranking las enfermedades del corazón).
El licenciado en psicología Carlos Martínez, referente del tema de suicidios en el Centro de Intervención en Crisis y Rehabilitación psico-social de Río Gallegos,único en su tipo en el país, lo expresa así: «En general, la psicología del varón culturalmente está más dominada por la impulsividad y la acción; mientras que históricamente la mujer es más introspectiva». Aporta un dato complementario que resulta significativo: «La proporción es la misma pero inversa en los intentos de suicidios: las mujeres intentan cuatro veces más que los varones».
Martínez explica que la mayoría de ellas no llega a concretarlo porque, dentro de la construcción psíquica de la conducta destructiva (en la cual el suicidio es el último eslabón), no todo aquel que se suicida quiere matarse. «El suicidio es una disfunción personal, es un modo de comunicación», agrega. Así, por su experiencia agrega que, a veces, «cuando ocurre este intento hay una toma masiva de conciencia de parte de la familia y esto hace que se acompañe a la persona y ya no haga falta que se lastime, ni nada porque se logra la comunicación en el ámbito familiar».
El psicoanalista Miguel Espeche, consultado por LA NACION, también se refiere a esta patología que afecta principalmente a los varones como una «tendencia mundial». Aporta otras razones para explicar este fenómeno. «Los varones son menos dados a tender redes afectivas, ponen mucho en la cuestión laboral, en su performance económica; eso es más volátil porque el trabajo no te quiere, te usa», dice. «Las mujeres, en cambio, tienen como propósito tejer lazos emocionales, aún en sus propias labores profesionales», observa.
Este contraste explica que, ante dificultades de la vida, las mujeres cuenten con más contención y les impacten menos los momentos críticos. «Son más amigas entre ellas, si rompen con una pareja tienen más posibilidad de encontrar contención, de tener confidencias; mientras, un varón se la está bancando heroicamente». El experto lo sintetiza así: «Las mujeres habitan más fácilmente el reino de la palabra afectivizada y eso juega a su favor».
La psicoterapeuta Felisa Chalcoff coordina un taller de suicidio en el Hospital Pirovano. Allí, cada semana, se reúnen unas quince personas que, o tuvieron intentos de quitarse la vida, lo pensaron, o tienen familiares cercanos que amenazan con hacerlo. En el grupo hay más mujeres que varones, algo que -informa- ocurre en todas las propuestas de talleres históricamente. «En general, a los hombres les cuesta más expresar sus emociones y mostrar su debilidad», comenta, y esto ratifica la mirada de sus colegas. Pero aclara que los que se acercan al grupo se entregan, se comprometen y hablan de cuestiones muy profundas e íntimas. «Acá uno cuenta las miserias más espantosas», dice.
Según ella, si la persona se siente contenida en un grupo, tanto sea varón como mujer, es más probable que pueda elaborar lo que le pasa. «Empieza a fluir una solidaridad, un compartir que permite que lo que sea se exprese con claridad e incluso que se digan cosas que ni en su terapia cuentan. Muchos dicen: Nunca he hablado de esto con nadie».
Chalcoff explica que cuando las personas sienten que no pueden más, cuando están demasiado desesperadas y con bajas defensas es más fácil pensar que la solución es suicidarse. Y contrasta las realidades que observa en el taller: «Los hombres quizá tengan una intolerancia total a sentirse fracasados como hombres, en su trabajo, a la hora de conseguir dinero, una casa, un auto. Las mujeres tienen un sufrimiento mayor en cuanto a su lugar en la vida, pero no tanto de éxito profesional».
Cuenta que en ese espacio reflexionan sobre esta cultura «que parece señalar que sólo se puede ser feliz si sucede lo que queremos que suceda, en vez de estar preparados para afrontar lo que venga». Y se detienen en el planteo de «cuáles son los valores de esta sociedad y cómo hacer para no guiarse por valores que no lo son; oponerse a la idea de éxito, de triunfo y no creerse eso como valor fundamental sino asumirlo como algo vendido y comprado por todos».
La doctora en Ciencias Sociales de la UBA Ana Wortman también se detiene en estos valores de consumo que parecen ser la vara de la felicidad y que derivan en frustraciones severas. «Hay un valor de la sociedad actual que es la idea del éxito, que además es de una sola manera (distinto sería que cada uno pudiera buscar su propio modelo de éxito). Pero hay uno que se impone y si no lo alcanzás parece que sos un fracasado», reflexiona. «Eso juega un papel muy fuerte hoy en algunas personas».
Considera que el varón parece estar más expuesto por el lugar protagónico que le da a lo profesional en su vida. «Está en crisis el varón proveedor, pero a la vez ese sujeto no encuentra otro lugar. Eso le genera mucho conflicto. No sabe dónde pararse», opina.
¿Varones en crisis?
¿Hay una crisis de la condición masculina? De Rosa coincide con Wortman en que los cambios de roles en la mujer impactaron en el varón, que aún no se acomoda a un nuevo lugar. «La crisis de mitad de la vida es una crisis existencial en la cual la persona carece de valores, de esquemas de respuestas», señala el terapeuta. «Históricamente el hombre tenía la filosofía de sacar pecho, o poner lo que hay que poner. En un mundo que cambió diametralmente, se quedó sin respuestas».
De Rosa agrega que la posición de la mujer es otra porque tiene otras estructuras y se adapta mejor al cambio. «Si a la mujer la afecta la crisis de la mitad de la vida, probablemente se deprima, se paralice, pero esa parálisis le permite pensar. Si alguien sólo actúa, como ocurre en muchos casos con los hombres, no se puede pensar», explica.
El especialista relaciona esta reacción irracional con la violencia hacia la mujer. «La violencia doméstica no es nada más y nada menos que un sujeto al que le faltan elementos para defenderse. Por eso ataca», dice. «A veces se vuelve violento con la mujer, le pega o hasta la mata; también puede ocurrir que se mate él». Revela que hay pacientes de alrededor de los 40 años que le dicen abiertamente que no pueden soportar la idea de no ser proveedores.
Para Espeche «la masculinidad está puesta en jaque». Considera que tiene que ver con una reacción a un modelo de patriarcado muy ligado al autoritarismo y a la dureza. Cree que otra de las caras de la crisis es creer que el anverso a ese tipo de patriarcado tiene que ver con la licuación de lo masculino. «Vemos hombres o muy duros o muy blandos que no encuentran su eje en el territorio. Muchas veces se cree que feminizando al hombre se va a lograr un equilibrio. En realidad, se puede lograr ahondando lo masculino desde un lugar que no sea el afán de prestigio y de poder con el que se cargó el varón», propone.
Los jóvenes en riesgo
Los jóvenes, tanto varones como mujeres, son una franja de riesgo cuando se analizan las cifras de suicidio. Según la estadística a la que accedió LA NACION, la mayor cantidad de suicidios se localiza en personas de entre 15 y 24 años: 10.257 murieron por esta causa en los últimos doce años (8124 varones y 2133 mujeres).
La socióloga Ana Wortman, investigadora del Instituto Gino Germani en el Área Cultura y Sociedad, observa los datos y pone el foco en el contexto familiar en que esos jóvenes viven. «El proceso de la adolescencia ya es muy arduo, de definición de identidades, proyectos, etcétera y hay un contexto que no lo ayuda. El es el emergente de ese contexto», dice. «Esta crisis es un síntoma familiar de no saber qué hacer con las dificultades que tienen los jóvenes y adolescentes», reflexiona. Habla de padres que no quieren repetir los modelos anteriores de paternidad, pero a quienes, a la vez, les cuesta ocupar un lugar distinto con autoridad, estableciendo límites y con contención.
Su colega, el terapeuta De Rosa focaliza en la «patología del vacío» al referirse al suicidio adolescente y juvenil. «Está la patología de no pertenencia a nada, de ausencia de sentido», dice. «Lo que se plantea como la generación «nini» es terriblemente preocupante, porque no hay ningún anclaje a la realidad. Y lo que te mantiene vivo, en definitiva, es algo, aunque sea un mínimo proyecto como terminar el secundario. Pero si todo pasa a ser relativo y un chico empieza a banalizar todo, clínicamente es preocupante».
Comenta que, en la práctica, lo que se intenta con estos chicos es que se enganchen al menos con algo, en lo que sea: pertenecer a un club, hacer un deporte. Porque pasan mucho tiempo en esa nada, de hecho, describen su vida así. «Eso es angustiante para cualquiera», enfatiza.
Wortman interviene para apuntar que se suele asociar a los jóvenes de esta generación nini con los sectores sociales más bajos. Pero cree que el fenómeno también alcanza a los estratos medios. «Hay un sector de jóvenes de la clase media para quienes también el futuro les resulta muy incierto. Ninguna carrera les gusta. Buscan satisfacciones inmediatas, no toleran ningún tipo de frustración», dice.
Allí vuelve a los padres, a las dificultades en la educación con sus hijos; también menciona a la escuela como un espacio de enseñanza de valores y contención que está en crisis. Tampoco escapa en su análisis el rol de los medios de comunicación: «Aparecen personas tipo Wanda Nara o [Leonardo] Fariña que de repente tienen mucho dinero y están en la televisión con gran visibilidad como alguien muy importante. Pareciera que son exitosas porque hicieron el dinero de la nada. En jóvenes nini eso ocupa un lugar negativo».
La propuesta es cuestionar ese valor social supremo: el éxito vinculado al dinero y al consumo. Un valor impuesto que frustra a todas las edades y, con más fuerza, a los jóvenes.
FUENTE: La Nación